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y si logro volver sano y salvo a la casa de mi padre, Yavé será mi Dios. (Génesis 28, 21)
Regresando de Padán-Aram, Jacob llegó sano y salvo a la ciudad de Siquem, en el país de Canaán, y acampó frente a la ciudad. (Génesis 33, 18)
Vean ahora que Yo, sólo Yo soy, y que no hay más Dios que yo. Yo doy la muerte y la vida, yo hiero, y soy yo mismo el que sano, y no hay quien se libre de mi mano. (Deuteronomio 32, 39)
Naamán se enojó y se retiró. Había pensado: «A mi llegada saldrá personalmente a encontrarme, se detendrá y rogará a Yavé. Con su mano tocará la parte enferma y quedaré sano. (2 Reyes 5, 11)
La tomaron y la aplicaron sobre la úlcera y sanó. (2 Reyes 20, 7)
Cuando Josafat, rey de Judá, regresaba sano y salvo a su casa, a Jerusalén, (2 Crónicas 19, 1)
Tobit exclamó: «Que te conserves sano y salvo, hermano. No te enojes porque he querido conocer la verdad acerca de tu familia. Eres de nuestra parentela, de clase buena y honrada. Conozco a Ananías y a Natán, hijos de Semeías, el grande. Ibamos a Jerusalén y rezábamos juntos allí; ellos nunca cayeron en el error cuando se desviaron sus hermanos; tus hermanos son buenos, tu raza es noble. ¡Bien venido seas!» (Tobías 5, 14)
Tobit le respondió: «No pienses eso, que así como se fue, volverá, y el día de su regreso lo verás sano y salvo junto a ti. (Tobías 5, 21)
Un ángel bueno los acompañará; el viaje será feliz y volverá sano a nosotros.» (Tobías 5, 22)
Me ha devuelto sano y salvo, atendió a mi esposa, me guió para recuperar el dinero que tú habías prestado y sanó tu ceguera.» (Tobías 12, 3)
Nada quedó sano en mí por causa de tu ira, nada sano en mis huesos, después de mi pecado. (Salmos 38, 4)
Mi espalda arde de fiebre y en mi carne no queda nada sano. (Salmos 38, 8)